Época: España2
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1799

Antecedente:
La arquitectura española del siglo XVIII

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

El arte del siglo XVIII ya no se explica como el hogar natural de un arte contrarreformista. No se aparta con demasiada facilidad de las vivencias religiosas a cuya seducción muchos artistas no se van a resistir, pero en este aspecto, la expresión artística se va a dotar de otras formas de piedad a las que se llega con mucha menos austeridad y con un nuevo mensaje alegórico. Pero el aspecto más revelador se aprecia en la arquitectura, la cual se complace especialmente en ofrecer un culto del espacio en abstracto, explicaciones sobre el problema sincrónico arquitectura-urbanística, aspecto sobre la relación arquitectura-paisaje, fenómenos de espacio interior o de estructura objetual-figurativa, dogmas sobre la proporción, nuevas interpretaciones perceptivas, dinámica, asimetría, arquitectura-naturaleza cuyo planteamiento le haría decir a Milizia en 1768: "La arquitectura podría llamarse hermana gemela de la Agricultura".El hecho artístico aparece ostensiblemente dimensionado en su propio valor intrínseco, en términos tipológicos nuevos o incluso en planteamientos recreados, nacidos de viejas supervivencias formales. Nos encontramos con problemas de nueva elección, de complicada experimentación, tanto a nivel de aspiraciones políticas y sociales como religiosas. La arquitectura nacional, al llegar el siglo XVIII, ha madurado, tal vez en virtud de su propia experiencia crítica y creadora, pero abre el siglo con una nueva fenomenología, en la que la concepción del arte edificatorio intenta llegar a una integración estética, técnica y social de la obra arquitectónica. Tal vez porque los principios de Vitruvio tenían todavía vigencia, pero también porque se plantea el hecho arquitectónico, en numerosos casos, desde una interpretación radicalmente personal, lo cual conduce a un cientifismo perpetuo.El peso de un programa edilicio funcional, que sirva y sea útil al ciudadano, será evidente. Este contenido subraya la tesis de P. Sevático cuando define la arquitectura como "el arte de construir según necesidades civiles y sagradas de los pueblos y de adornarla de manera que el ornamento indique el significado y el uso a que están destinadas". Esta situación justifica el que salgan potencialmente a la luz de las fachadas programas científicos que nos hablan del saber o de la investigación que se lleva a cabo en los interiores.La arquitectura del siglo XVIII no se forja sobre un viejo solar que se reutiliza o se restaura. Su orientación es combativa, renovadora, orientadora de una nueva cultura que acaba por imponerse. Pero esta nueva actitud consigue también satisfacer un diálogo con sus ancestros, porque demuestra tener una posesión completa de su herencia, pero que más que igualarla querrá superarla. Mantiene un constante fervor que nos confirma su animación por mantener el barroco, pero también vuelve sus ojos alguna vez a su renacimiento, al mismo tiempo que se satisface mirando, aprendiendo y reinterpretando fórmulas extranjeras. Los puristas del academicismo, que en horas tardías se experimentan en repertorios que se explican por sus contactos con Roma o con otros centros innovadores, en un esquema general siguen apreciando la grandeza monumental, el acento autoritario de la composición, la elocuencia y en muchos casos la riqueza ornamental llena de color hasta llegar a hacer vibrantes los interiores.Existe una multiplicación de los tipos, una insistencia en los juegos escénicos, progresivas renovaciones y alternativas. Sin embargo, no se llega a establecer en la arquitectura nacional un cambio de identidad. En el siglo XVIII el arte español debe ser y merece ser contemplado dentro del arte de Occidente, en el valor que éste tiene, pues la Península se articula como nación directamente incluida en él. Se inscribe dentro de la poderosa expansión de sus alternativas barrocas o de aquellas que se inspiran en el arte copiado de los antiguos. Fórmulas de sensibilidad diferenciada, pero en las que no se olvida aquello que escribiera T. Hamlin: "La arquitectura es la más grande y la más verdadera de las artes precisamente porque tiene un mensaje social único y un valor colectivo".Antes de señalar los ejemplos más ambiciosos hemos de insistir en que no existe una pugna ni escisión entre el programa nacional a nivel institucional o privado y los programas realizados con directrices puramente áulicas que habitualmente se ponen en manos de extranjeros. Se trata en el fondo de una actividad nacional que se plantea con los mismos estímulos de exigencia y renovación. Hay dos versiones estructurales, pero no creemos que exista una voluntad deliberada de enfrentar una a la otra. Existe una política borbónica imperturbable de comportamiento inteligente de proteger la demanda nacional en las raíces de su propio marco y existe también una vigilancia muy consistente de insertar y articular en los planes áulicos a los artífices españoles.La arquitectura local se manifiesta en progreso sin perder su identidad. De ella haremos algunas lecturas para resaltar los niveles de su propia reflexión, su propia complejidad enriquecedora, su tolerancia y su particular discurso argumental. No se trata de un programa castizo o populachero, de secuencias discrepantes por calidad o creatividad con la aportación que se recibe de cuño francés o italiano. Mantiene su propio discurso, en el que se demuestra fidelidad y obediencia a su propio sentimiento. Pero no se establecen criterios de evaluación cerrada. Los esquemas tienen abiertas las puertas sin que se pierda el control motriz. Adviértase también que la arquitectura netamente española se manifiesta en varias líneas al impulso de su constelación regional variada. En todos los casos el arquitecto busca fórmulas que congenien con su tiempo, pero existen grados de vitalidad diferente y características expresivas analógicas y dispares, diseños de auténtica individualidad que nadie podrá alterar o componentes incardinados al motor siempre vivo de las tradiciones.